¿USTED QUE OPINA A 161 AÑOS DE DISTANCIA?
CARTA DEL JEFE SEATTLE
AL PRESIDENTE DE LOS
ESTADOS UNIDOS
“Después de todo, quizá seamos
hermanos”
¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aún el
calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida.
Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de
las aguas, ¿cómo podrán ustedes comprarlos?
Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante
mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los
oscuros bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a
la memoria y al pasado de mi pueblo. La savia que circula por las venas de los
arboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.
Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen
cuando emprenden sus paseos entre las estrellas, en cambio nuestros
muertos nunca pueden olvidar la
bondadosa tierra puesto que es la madre de los pieles rojas. Somos parte de la
tierra y asimismo ella es parte de nosotros, las flores perfumadas son nuestras
hermanas; el venado, el caballo, la gran águila, estos son nuestros hermanos. Las
escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el
hombre, todos pertenecemos a la misma familia.
Por todo ello, cuando al Gran Jefe de Washington envía el
mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado.
También el Gran Jefe nos dice que nos reservará un lugar en
el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. Él se convertirá en
nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por ello consideramos su oferta de
comprar nuestras tierras. Ello no es fácil ya que esta tierra es sagrada para
nosotros.
El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos no es
solamente agua sino también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les
vendemos la tierra, deben recordar que es sagrada, y a la vez deben enseñar a
sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas
de los lagos cuenta los sucesos y memorias de la vida de nuestra gente. El murmullo
del agua es la voz del padre, de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y
sacia nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros
hijos. Si les vendemos tierras, ustedes deben recordar y enseñarse a sus hijos
que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos por lo tanto deben
tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de
vida. Él no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un
extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es
su hermana, sino su enemiga y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás
la tumba de sus padres sin importarle. Le secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco
le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados.
Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se
compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito
devorará la tierra dejando atrás solo un desierto.
No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La
sola vista de sus ciudades apena los ojos del piel roja. Pero quizá sea porque
el piel roja es un salvaje y no comprende nada.
No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre
blanco ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en
primavera o cómo aletean los insectos. Pero quizá también esto debe ser porque
soy un salvaje que no comprende nada. El ruido sólo parece insultar nuestros oídos.
Y después de todo, ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el
grito solitario del chotacabras ni las discusiones nocturnas de las ranas al
borde de un estanque? Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el
suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor
de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con
aromas de pinos.
El aire tiene un valor inestimable para el piel roja ya que
todos los seres comparten un mismo aliento, la bestia, el árbol, el hombre, todos
respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que
respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al
hedor. Pero si les vendemos nuestras tierras deban recordar que el aire no es
inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento
que dio a nuestros abuelos el primero soplo de vida, también recibe sus últimos
suspiros, y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como
cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda
saborear el viento perfumando por las flores de las praderas.
Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Si
decidimos aceptarla, yo pondré una condición. El hombre blanco debe tratar a
los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a
miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre
blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo una maquina
humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos solo para
sobrevivir.
¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos fueran
exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual. Porque lo
que les suceda a los animales, también le sucederá al hombre, todo va enlazado.
Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las
cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está
enriquecida con la vida de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen
a sus hijos que nosotros hemos enseñando a los nuestros que la tierra es
nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, les ocurrirá a los hijos de
la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos.
Esto lo sabemos; la tierra no pertenece al hombre, el hombre
pertenece a la tierra. Esto sabemos, todo va enlazado, como la sangre que une a
una familia. Todo va enlazado.
Todo lo que ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de la
tierra. El hombre no tejió la trama de la vida, él es solo un hilo. Lo que hace
con la trama se lo hace a sí mismo.
Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él
de amigo a amigo, queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos
hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra un
día, nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes pueden pensar ahora que él les pertenece lo mismo que
desean que nuestras tierras les pertenezcan, pero no es así. Él es el dios de
los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre
blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para El y si se daña se
provocaría la ira del Creador. También los blancos se extinguirán quizá antes
que las demás tribus. Contaminen sus lechos y una noche perecerán ahogados en
sus propios residuos.
Pero ustedes caminaran hacia su destrucción rodeados de gloria,
inspirados por la fuerza de Dios que los trajo a esta tierra y que algún
designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja.
Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos
porqué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los
rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra
el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes. ¿Dónde está el
matorral? Destruido. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Termina la vida y
empieza la supervivencia.
Tomado de la
introducción general de la capacitación indígena. Subdirección de Capacitación.
Instituto Nacional Indigenista. México. 1984. En junio de 1976 este documento
formó parte de la carpeta informativa del programa de las naciones unidas para
el medio ambiente.
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CARTA DEL
JEFE SEATTLE AL PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS
Nota: El presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce,
envía en 1854 una oferta al jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle
los territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de
Wáshington. A cambio, promete crear una "reservación" para el pueblo
indígena. El jefe Seattle responde en 1855.
El Gran Jefe Blanco de Wáshington ha ordenado
hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha
enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta
gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar
su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus
armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Wáshington
podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el
retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.
¿Cómo se puede comprar
o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea
extraña.
Si nadie puede poseer
la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se
proponga comprarlos?
Cada pedazo de esta
tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado
de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el
zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia
que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.
Los muertos del hombre
blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas.
Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre
del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las
flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila,
son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas,
el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por esto, cuando el
Gran Jefe Blanco en Wáshington manda decir que desea comprar nuestra tierra,
pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar
donde podamos vivir satisfechos. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus
hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra
tierra. Pero eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua
brillante que se escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es apenas
agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra,
ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que
ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos hablan
de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos
es la voz de mis antepasados.
Los ríos son nuestros
hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a
nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y
enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también.
Por lo tanto, ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le dedicarían a
cualquier hermano.
Sabemos que el hombre
blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el
mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la
noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana
sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las
tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería
de sus hijos y no le importa.
La sepultura de su
padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra,
a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas,
vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra,
dejando atrás solamente un desierto.
Yo no entiendo,
nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy
un salvaje y no comprendo.
No hay un lugar quieto
en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer
de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Más tal vez sea
porque soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar
los oídos.
¿Qué resta de la vida
si un hombre no puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de
las ranas alrededor de un lago? Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El
indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago,
y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.
El aire es de mucho
valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire
-el animal, el árbol, el hombre- todos comparten el mismo soplo. Parece que el
hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible
al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar
que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la
vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro,
también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes
deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre
blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.
Por lo tanto, vamos a
meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar,
impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta
tierra como a sus hermanos.
Soy un hombre salvaje
y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos
pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió
desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el
caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros
sacrificamos solamente para sobrevivir.
¿Qué es el hombre sin
los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran
soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a
los hombres. Hay una unión en todo.
Ustedes deben enseñar
a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que
respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de
nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la
tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los
hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí
mismos.
Esto es lo que
sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la
tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la
sangre que une una familia. Hay una unión en todo.
Lo que ocurra con la
tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la
vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo
hará a sí mismo.
Incluso el hombre
blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede estar
exento del destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo.
Veremos. De una cosa estamos seguros que el hombre blanco llegará a descubrir
algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes podrán pensar
que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero no es posible, Él es el
Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el
hombre piel blanca.
La tierra es preciosa,
y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos también pasarán; tal vez
más rápido que todas las otras tribus. Contaminen sus camas y una noche serán
sofocados por sus propios desechos.
Cuando nos despojen de
esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza del Dios
que los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les dio el dominio
sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.
Este destino es un
misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos sean
exterminados, los caballos bravíos sean todos domados, los rincones secretos
del bosque denso sean impregnados del olor de muchos hombres y la visión de las
montañas obstruida por hilos de hablar.
¿Qué ha sucedido con
el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué ha sucedido con
el águila? Desapareció.
La vida ha terminado.
Ahora empieza la supervivencia.
FIN
Versión
tomada de: http://www.ciudadseva.com/textos/otros/carta_del_jefe_seattle_al_presidente_de_los_estados_unidos.htm
Una cosmovisión completamente diferente, ver la totalidad y pensar que nos han enseñado a dividirlo todo en pequeñas porciones para poder entenderlo, sin embargo ni el mismo Seattle pudo llegar a defender esta postura, al final de su vida cedió a la entrega de las tierras de los pieles rojas.
ResponderEliminarEres muy profunda en tu comentario. Sin embargo, pienso que aunque cedió sus tierras fue la decisión más sabía que tomó el jefe seattle.
EliminarFue una lectura con un contenido al tamaño de mi imaginación! O quizá de mi apreciación! Desde luego que prevalece mi esperanza ante la posibilidad que existan o individuos que se amen a sí mismos y por ende a lo que les rodea! Significa también un compromiso personal!!
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