FRIDA DIAZ-BARRIGA. LOS PROFESORES ANTE LAS INNOVACIONES CURRICULARES


De acuerdo a la propia apreciación de la autora “en los procesos de reforma curricular durante la última década, los profesores aparecen como responsables últimos de concretar los modelos educativos innovadores en el aula”(Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 37), se justifica al ser ellos quienes de manera directa actúan con los estudiantes, sin embargo asumirse como responsable, representa una gran responsabilidad por atender, sin que en muchos casos por las condiciones propias del contexto se pueda concretar.

Se enuncia uno de los factores con los que se enfrenta el docente ante “la innovación del currículo y la enseñanza” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 37), que es “cómo es que aprenden los profesores, qué los impele a cambiar o no sus prácticas educativas, qué procesos ocurren cuando se enfrenta la tarea de innovar o qué condiciones se requieren para que un cambio real ocurra y se consolide” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 37).

Las respuestas son diversas, porque se trata de individuos con formación y cultura diferente, con posibilidades y contexto incomparables con los otros, incluso hasta la dinámica de los propios estudiantes cambia de un lugar a otro, de una escuela a otra o hasta de un salón a otro.

Cierto es, que la innovación es un concepto y una acción ineludible, ya que formamos parte de un devenir cambiante, por lo que exige que también nuestras prácticas sean diferentes y mejor aún innovadoras. Lo importante es tratar de homogeneizar el concepto de innovación para saber cómo incorporarlo a la cotidianidad.

Hace un poco más de dos décadas, “los sistemas educativos entraron en una dinámica de cambio caracterizada por procesos de reforma sustentados en el discurso de la innovación de los modelos educativos y curriculares” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 38), entonces la innovación tendía a incorporar “novedades educativas del momento; educación por competencias, el currículo flexible, las tutorías, el aprendizaje basado en problemas y casos, la formación en la práctica, el currículo centrado en el aprendizaje del alumno y otros más” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 38).

De ello habrá que preguntarse, cuánto se incorporó a la cultura real del docente, cómo sus prácticas se vieron transformadas o modificadas y aun así seguía pareciendo “como responsable último del eventual éxito de las innovaciones” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 39).
Me torno desencantada el saber que “pocos se cuestionaban cómo aprenden los profesores, qué los impele a cambiar o no sus prácticas educativas. Tampoco se entendía o indagaba sobre la forma en que los profesores intentaban llevar las innovaciones a la práctica en sus aulas, enfrentando el reto de las condiciones que su contexto educativo impone” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 39), ¿cómo entonces se pretende caminar rumbo a la calidad?

Modelos innovadores y sentido de la innovación

Entre los trabajos que han realizado tanto Díaz-Barriga, Frida y Lugo, en los años 2003 y 2005,  “se identificaron una diversidad de modelos que buscaban innovar las estructuras curriculares y las prácticas educativas. Entre ellos destacan: el currículo flexible o flexibilidad curricular; la formación o aprendizaje por competencias; el currículo centrado en el aprendizaje del alumno sustentado en los principios constructivistas y las teorías cognitivas del aprendizaje; la tutoría académica; el aprendizaje situado en contextos reales y por medio de la formación en la práctica o el servicio en la comunidad; los enfoques experienciales de aprendizaje por proyectos, problemas y casos; la incorporación de tecnologías de la información y comunicación (TIC); los ejes o temas transversales” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 40), la mayoría de ellos conocidos por los docentes en el ejercicio de la práctica, aunque no sé si de manera consciente o inconsciente.

Según Díaz-Barriga, F. “la noción de innovación curricular se tomaba como sinónimo de incorporación de las novedades educativas del momento, sin una reflexión profunda sobre sus implicaciones ni una previsión clara de su incorporación a las estructuras curriculares o a la realidad del aula” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 40).

El docente “aplica en el aula lo que han diseñado los especialistas, con una participación más bien restringida en la toma de decisiones sobre el modelo o sobre los enfoques didácticos que éste incluye” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 40-41), si bien, no participa en el diseño, pero tampoco existe un acompañamiento para involucrarlo al poner en práctica las acciones que sean innovadoras, con una acertada retroalimentación y evaluación para mejorar aquello que pueda no estar de acuerdo a lo deseado, entonces el docente en la inmediatez de sus creencias y posibilidades desarrolla en algunos momentos cambios que puede él mismo justificar como innovadores.

Schwab (1970) planteó la necesidad de “la participación de determinados personajes en la deliberación y toma de decisiones respecto al currículo, sentando las bases de los llamados referentes comunes del currículo y la noción de currículo participativo. Dichos referentes son los profesores, los especialistas en las materias o disciplinas, los estudiantes, los expertos curriculares y aquellos que representan a la sociedad o comunidad” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 41), seguramente la creación de propuestas sería inimaginable, al amalgamar la teoría de los especialistas y la práctica real de los docentes.

Díaz-Barriga, F. considera que “el origen y fundamento de las innovaciones resulta complejo de entender para los docentes, dada su diversidad y la profundidad requerida. En algunos casos, su procedencia se ubica en enfoques administrativos de planeación estratégica, análisis institucional, o enfoques de calidad total y excelencia organizacional aplicados al desarrollo y evaluación del currículo en contextos escolares y universitarios. En otros casos, las innovaciones (aprendizaje basado en proyectos, problemas y casos, currículo centrado en el alumno) provienen del campo de la didáctica y la psicología, como serían el enfoque experiencial, el constructivismo psicopedagógico, la psicología cognitiva y sociocultural” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 41).

No se debe olvidar que “el conocimiento y, por ende, los modelos educativos, caducan constantemente, se puede interpretar que la innovación consiste en “un proceso de destrucción creadora”” (UNESCO, 2005: 62), pero lamentable es reconocer lo que consideran Martínez, Toledo y Román (2009) “si bien en aras de la innovación se reclama una modificación de las estructuras curriculares y de la forma en que las universidades realizan la formación profesional, en el fondo del problema se encuentra un interés económico, más que educativo” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 41).

“Perrenoud (2004) plantea que la profesionalización del docente implica la posesión de conocimientos de acción y de experiencia, pero también el dominio conceptual relativo a los aspectos psicopedagógico, comunicativo, socio-afectivo, metacognitivo y axiológico de la labor docente” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 42), pero para lograrlo debe también formar parte de otra dimensión, el de la profesionalización, que se aparta de su práctica cotidiana.

Sin duda, como ya lo reconoce la autora, los docentes implementan una serie de actividades con los estudiantes que “tienen una enorme riqueza en términos de lo que logran sus estudiantes, y que si bien no siempre están sustentadas fielmente en las teorías o métodos en boga” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 42), pero debe entenderse que para ello debe existir el acercamiento a la teoría y sobre todo a su comprensión.

Debemos tener claro que no todas las invenciones que orientan a una innovación, pueden ser aplicables en todos los contextos, por el contrario, dependerá de las circunstancias que se vivan en un momento dado.

En otra cuestión, que “complica la posibilidad de innovar el currículo y la práctica, reside en la forma en que se difunden las reformas curriculares. En no pocas ocasiones, las reformas se difunden y llegan a los profesores básicamente por medio de documentos impresos, que además carecen de prescripciones claras para el trabajo en el aula” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 43), como ya se fundamenta con la investigación de Ziegler (2003), en la que se entrevistó a profesores sobre la reforma curricular del nivel básico, encontrando que “que se otorga a los docentes el papel de lectores de estos textos, es decir, fungen como receptores del saber de los especialistas” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 43).

“Sólo en algunos proyectos curriculares se logra concebir a la innovación como la necesidad sentida de un cambio profundo en paradigmas y prácticas sociales y educativas en una comunidad concreta, producto de la reflexión y apropiación de las personas involucradas en el proceso. Para decir que se ha logrado innovar, se requiere una transformación a fondo de las concepciones y prácticas educativas de los actores de la educación, principalmente profesores y alumnos, así como replantear la dinámica y estructura de los diversos procesos y escenarios educativos que resultan impactados por la innovación en cuestión. Por ello, la innovación no puede lograrse mediante la elaboración y conducción de acciones o proyectos aislados, al margen de los procesos, estructuras o prácticas más significativas de las instituciones educativas” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 43).

La idea anterior nos remite a pensar en el trabajo en equipo, aun con todas las limitaciones que pueden encontrarse en cada institución, además de que hablar de cambio de paradigmas, implica una verdadera concientización y asumir la necesidad de transformarnos desde lo individual.

Se diferencia a la Innovación del cambio, al considerar a la innovación como “un proceso creativo que implica asumir riesgos y errores, pues no se conocen a priori ni el camino ni los resultados, ni conduce automáticamente al éxito deseado” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 44).

La labor del docente frente a la tarea de innovar el currículo y la práctica 

“Los docentes son sujetos sociales y por lo tanto miembros de una comunidad educativa, por lo que resulta claro que el ejercicio docente no se puede reducir a simples ejecuciones técnicas o pedagógicas. Para entender el quehacer del docente es importante identificar sus significados y prácticas en el aula, lugar donde el conocimiento profesional se concretiza. Se logrará poco si lo anterior no se toma en cuenta cuando se pretende involucrar a los profesores en la tarea de innovar el currículo y su práctica en el aula” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 44).
“Perrenoud (2004) plantea que en el contexto actual, los profesores se ven obligados a decidir en la incertidumbre y a actuar en la urgencia, así como a desplegar una diversidad de competencias docentes sumamente complejas” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 44).

El que pueda coincidir la autora con Hargreaves cuando éste afirma que “ha resultado una mala opción la política competitiva del “individualismo corrosivo”, que enfrenta a actores y centros educativos en una lucha desigual desde el comienzo por alcanzar estándares de rendimiento por medio de mediciones estandarizadas que condicionan el financiamiento” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 44), parece entonces que comprende perfectamente la realidad que un docente experimenta en su cotidianidad.

Me parece arriesgado, pero parte de nuestra realidad, pensar que “la innovación de las prácticas educativas y del currículo, en lo que atañe a la participación de los profesores, sólo será posible en la medida en que el docente se desenvuelva en una cultura profesional basada en el pensamiento estratégico y participe en una comunidad de discurso crítico orientada a la transformación de la docencia” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 44), porque si se carece de una participación en el contexto del discurso crítico, parece entonces que no habrá tal innovación y las exigencias giran en torno a que además deba evidenciarse tal innovación.
Pretender “crear comunidades profesionales de docentes que trabajen conjuntamente en proyectos educativos concretos y pertinentes a su contexto” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 44), sin duda es una propuesta que deba implementarse en lo importante de los ejercicios y planes al interior de los planteles, que es donde se ejerce la práctica y por ende la pretendida innovación.

“De acuerdo con Ángel Díaz-Barriga (2005), en el contexto de las actuales reformas curriculares, los diseñadores de las políticas de formación de maestros han apostado por la muerte de la didáctica, desconociendo el papel que ésta tiene en la estructuración de la profesión docente” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 45) y que seguramente para muchos docentes ha sido el medio del que se han apoyado para desarrollar su práctica y lograr sus objetivos académicos con los estudiantes.

Para explicar “cómo ocurren los cambios educativos que conducen a la innovación, se han planteado distintas metáforas o “gramáticas del cambio”. Una de ellas, la metáfora del péndulo, afirma que ocurren oscilaciones pendulares, puesto que entre las diversas escuelas didácticas existe una posición de negación, que las lleva a colocarse una al extremo de la otra, con formulaciones contrarias sobre un tópico. Otra metáfora es la de las olas: hay muchas olas pequeñas que cuando se suman crean una ola enorme que cambia todo para siempre en la playa” (Hargreaves, en Romero, 2007: 66). Una metáfora más consiste en explicar el cambio o innovación educativa desde la resistencia, como fuerza opositora ante el cambio, ya sea activa y deliberada o más bien pasiva” (Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 45).


De acuerdo con Denyer et al. (2007), durante la transposición didáctica por competencias el punto de partida consiste en ubicarse en las demandas del medio social, para proceder a la identificación y análisis de las situaciones sociales o tareas que hay que enfrentar, y después decidir qué conocimientos son los más pertinentes a enseñar en relación con las prácticas profesionales, la vida diaria, personales, etc. Esto explica por qué los objetivos de la formación en un modelo por competencias no se describen en términos de contenidos disciplinares, sino en términos de actividades o tareas. Lo que se requiere es afrontar y resolver situaciones-problema, con toda la complejidad que ellas implican. Los contenidos disciplinares no dejan de ser importantes, pero su relevancia y procedencia se redimensiona(Díaz-Barriga, F., 2010. pág. 46-47) 


Consulta de texto completo en: 

Díaz-Barriga Arceo , Frida. Los profesores ante las innovaciones curriculares.Revista Iberoamericana de Educación Superior [en linea] 2010, I (Junio-Septiembre) : [Fecha de consulta: 23 de octubre de 2015] Disponible en:<http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=299128587005> ISSN 

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